La cultura audiovisual, ¿progreso o retroceso? – DAVID PÉREZ

La escritura alfabética resulta algo muy fortuito. No parece haber ninguna predisposición evolutiva para su aparición. El lenguaje alfabético es un artificio muy complejo y, para lograrlo, nuestra especie libró una dura batalla. De hecho, siempre se logra a través de una lucha que se lleva a cabo en el cerebro de cada niño. Si la escritura alfabética no se hubiese dado probablemente no seríamos lo mismo.

El profesor de literatura clásica Eric Havelock afirma que en una cultura ágrafa rige la imagen y la memoria. Lo importante es recordar conocimientos básicos a través de ritos y narraciones míticas que posibiliten la supervivencia y fomenten la cohesión del grupo. Pero en una cultura donde existe la escritura y la mayoría de la población sabe leer, la memoria pasa a un segundo plano, pues está almacenada en libros o papiros. Prevalece entonces el entendimiento, nos hacemos más conscientes de nuestra individualidad y pensamos y hablamos de una manera esencialmente distinta. Es este tipo de lenguaje, y el modo en que modifica nuestro modo de pensar y hablar, lo que nos inclina al diálogo con nosotros mismos y, por ende, al diálogo con los otros.

Para Havelock no es casualidad que las culturas prealfabéticas sean culturas míticas y sólo en culturas alfabéticas se dé la posibilidad de la ciencia, la filosofía y la democracia. A tenor de lo que nos dice Havelock, enseñar a leer y a escribir, y convertirlo en un hábito, sería pues la tarea educativa más importante. Asimismo, el deterioro de la escritura y la eliminación de la lectura nos devolvería a épocas pretéritas, también en lo social y en lo político. Si Havelock está en lo cierto, la responsabilidad de los maestros es enorme.

Hoy vivimos la revolución la imagen. Nuestra sociedad no se entendería sin televisión, aparatos informáticos y sofisticados teléfonos móviles. Obviamente, hay cosas muy positivas en todo esto. Para personas formadas, con un dominio más o menos aceptable de la escritura y habituadas a la lectura, la red y los medios audiovisuales son algo extraordinario. Pensemos en las posibilidades que se abren para un investigador o para cualquier ciudadano curioso que quiere ampliar sus conocimientos. ¿Pero es igualmente conveniente para un niño que apenas sabe leer o para un adolescente en formación con un nivel de lectura precario?, ¿es siempre inocuo sustituir el medio escrito por el medio audiovisual?

Marshall McLuhan dijo que el medio es el mensaje. Quizá exageraba, pero atemperando su máxima podemos atrevernos a decir que el medio influye en el mensaje, y mucho más en edades tempranas. El cerebro humano, y más el de los niños, se encuentra en una constante búsqueda de nuevos estímulos. Si la estimulación es moderada, el nivel de atención aumenta; si es excesiva, la capacidad se satura y la atención disminuye. La televisión y la red saturan fácilmente esta capacidad.

Es por tanto natural que hoy los niños y adolescentes tengan rangos de atención más cortos. La interacción con las pantallas parece fomentar una conducta más compulsiva en lugar de otra algo más reflexiva. La red es una fuente casi infinita de información, pero estar delante del ordenador es resistirse continuamente a la dispersión: leer diez páginas seguidas en la pantalla es una actividad que pocos resistimos.

Si a todo esto le añadimos que el hábito de la lectura va perdiendo adeptos, que escritura y lectura están siendo paulatinamente sustituidos por lo digital en los colegios y que desde instancias políticas insisten en imponernos el llamado “lenguaje inclusivo”, tan erosivo para la comunicación y el pensamiento; los ciudadanos del futuro podrían ser muy distintos a los actuales.

En 2014 el profesor de filosofía Raúl Gómez Díaz defendió una interesante tesis doctoral: Comunicación y tecnología: efectos sobre la moralidad. Tras la exposición de un dilema ético, alumnos de secundaria debían responder un test. Entre las respuestas posibles había algunas compatibles entre sí y otras excluyentes. Cuando los alumnos contestaban con el ratón tras contemplar la pantalla en la que se exponía el dilema explicado por un dibujo animado, las incoherencias eran mayores que cuando leían el mismo dilema en un papel y señalaban las respuestas con un bolígrafo. Como la mayoría de los jóvenes actuales, los alumnos se manejaban bien en el mundo digital y no eran lectores habituales.

Hoy la cultura digital y la cultura alfabética coexisten. Que esta coexistencia se afiance como una convivencia bien avenida o que lo digital anule lo alfabético depende en gran medida de nosotros. Si la lectura y la escritura desapareciesen y el profesor Havelock tuviese razón, ¿volveríamos a la tribu?, ¿tendríamos una sociedad más emocional, reactiva y manipulable?

XDVF

Mejor el móvil que un libro:

https://elpais.com/cultura/2019/01/26/actualidad/1548514109_568316.html

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *