Los smartphones, nuevos protagonistas del debate entre lo digital y lo analógico – Raquel Pérez Herrero

4.1. Concepto de vídeo. Diferencias respecto al soporte fotoquímico y la televisión.
En los años 90 se empezaban a expandir las técnicas digitales de grabación,
postproducción y distribución de vídeo. Casi tres décadas más tarde, el debate sobre lo
digital y lo fotoquímico sigue latente. Si bien la digitalización ha ganado la batalla en la
postproducción y en la distribución, en la fase de rodaje no está tan claro.
Los aspectos técnicos de las diferencias entre el celuloide (es decir, lo analógico) y lo
digital son numerosos y requieren de conocimientos técnicos que no son importantes en
esta entrada. La tecnología digital en la actualidad ha avanzado enormemente desde las
primeras películas de los años 90, y las cámaras digitales profesionales producen una
imagen casi igual a la de los celuloides tradicionales. Mientras que ese “casi” echa para
atrás a cineastas de gran reconocimiento como Spielberg, Tarantino, Yorgos Lanthimos,
Christopher Nolan… lo cierto es que la gran mayoría del público (donde me incluyo) no
sabría distinguir entre estos formatos sin conocimientos previos sobre el rodaje.
Entonces, ¿cuál es la diferencia más importante hoy en día entre lo analógico y lo
digital? El presupuesto. Producir en analógico es más caro debido a los rollos de
celuloide necesarios, que incrementan el coste según la cantidad de material que se
quiera filmar. Con la digitalización de la producción cinematográfica, el coste del rodaje
se ha abaratado, dando paso a una mayor accesibilidad general para hacer cine. Sin
embargo, esto en grandes producciones de gran presupuesto es bastante irrelevante. Las
cámaras digitales de primerísima categoría también necesitan de un gran presupuesto;
algo bastante alejado de la mayor parte del cine, aquel financiado independientemente y
que no aspira a competiciones como los Oscars, sino a la selección en festivales o
distribución independiente en salas.
En producciones de bajo presupuesto, del formato depende la accesibilidad de nuevos
y/o independientes cineastas. Y, en un mundo donde la tecnología de video ha crecido y
sigue creciendo cada día a velocidades de vértigo, entra un nuevo elemento: los
smartphones. La calidad de video de muchos teléfonos móviles es comparable a
cámaras de gama media-baja, es decir, las que un bajo presupuesto podría ofrecer en
primer lugar.

Es en este contexto donde la película Tangerine (Sean Baker, 2015), filmada en tres
dispositivos iPhone 5s, se estrenó en el prestigioso Festival de Cine de Sundance y
recibió aclamaciones críticas en diversos festivales y premios de corte más
independiente. Baker, el director, explicó que la decisión de rodar en iPhone se tomó
debido a las limitaciones de presupuesto, que dejaban incluso a las cámaras DSLR (las
réflex) y los distintos objetivos fuera de su alcance. Esto lo llevó a experimentar con
iPhones y, apoyado en steadicams y programas de postproducción, nació Tangerine.

Imagen 1

Detrás de las cámaras en el rodaje de Tangerine.
Muy distinto es el caso de Steven Soderbergh, director más conocido por su trabajo en
la trilogía Ocean’s. Impresionado por la calidad cinematográfica de los iPhone,
Soderbergh rodó la película Unsane (2017) utilizando un iPhone 7 plus. Y no acabó ahí,
su última película, High Flying Bird (2019), se grabó con un iPhone 8, a pesar de contar
con 2 millones de dólares de presupuesto.

Imagen 1

Detrás de las cámaras en el rodaje de High Flying Bird.
Es preciso entender que el rodar cualquiera de las tres películas anteriores con un
smartphone no es tan solo darle al botón de grabar. Aunque la cámara sea la de un
iPhone, esta se apoya en objetivos especiales para teléfonos y distintos softwares de
grabación y postproducción que mejoran su calidad.

Nada que ver tiene una producción como High Flying Bird, cuyos derechos fueron
adquiridos por Netflix para su distribución, con algo como Tangerine, de mucho más
bajo presupuesto y que necesita de cierto reconocimiento para poder asegurarse una
distribución extendida. Aun así, ambos casos suponen una nueva perspectiva dentro de
las producciones digitales, cuya accesibilidad para creadores con pocos o ningún medio
abre un poquito las puertas de la industria audiovisual. Frente a esta actualidad, la
creencia férrea de cineastas que se niegan a salir de la vieja escuela, como Tarantino,
quien ha declarado que no rodaría ninguna película si no fuera en analógico.
Por supuesto, un producto audiovisual grabado en un smartphone tiene ciertos
inconvenientes que impiden una gran calidad, y si el público quisiera estar pendiente de
la calidad tecnológica (que no la calidad técnica), seguramente sería capaz de distinguir
una película rodada con un iPhone, o por lo menos con mayor facilidad de la que se
distinguiría una filmación analógica de una digital. Claro que, si una película mueve al
público a estar más pendiente de su calidad tecnológica que de lo que cuenta, quizá el
problema no haya estado nunca en el tipo de soporte.
Cuando le preguntaron sobre el por qué de rodar High Flying Bird con un iPhone,
Soderbergh declaró que cualquier persona que hubiese visto la película sin
conocimiento de esto, no se daría cuenta. Después de haberla visto personalmente, me
siento inclinada a compartir su opinión.
Si lo mejor o lo peor de un largometraje, un cortometraje, o cualquier otro producto
audiovisual, recae en su formato, y este es condicionante para el disfrute, poco más se
puede decir del producto. La accesibilidad para contar y disfrutar de productos
audiovisuales y el tipo de contenidos que se crean valen más que una cámara de la más
alta definición o un rollo de celuloide.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *